miércoles, 21 de octubre de 2009

Recuerdosde Uruguay: Las anécdotas personales también sirven para dar a conocer a un país


Corría el año 1807, y aún no había amanecido. Un lanchón con soldados se acercaba silenciosamente a las costas uruguayas, en la zona conocida hoy día como Puertito del Buceo. Los soldados desembarcaron sin problemas ni contratiempo, e hicieron señales con un farol.

Charles Stirling autorizó entonces el desembarco de más soldados, y cuando ya amanecía desembarcó él mismo con más hombres y también con más equipo. Obviamente el barco quedó fondeado lejos de la costa, y los lanchones regresaron a la nave-madre, aunque no fueron retirados del agua, contemplando la eventual necesidad de una rápida retirada.

Se ordenó a los soldados moverse rápido hacia la cuchilla, a lo que hoy sería la calle 18 de Julio, pues los que defendían la ciudad muy rápidamente se enterarían del desembarco, si ya no lo habían hecho.

Y efectivamente, un poco antes del mediodía, las puertas de la ciudadela se abrieron, y los soldados defensores salieron. Los sitiados contaban con la ventaja de caballos, pero los invasores estaban bien pertrechados con armas de fuego y habían tomado posiciones defensivas en lo alto de la cuchilla, por lo que quedaba un corredor de ataque no muy ancho, y posiciones laterales no muy convenientes para por allí asediar al grupo invasor.

Se combatió ardorosamente hasta aproximadamente las tres de la tarde, momento en que los defensores tocaron retirada. Y entonces los combatientes quedaron separados por las murallas de Montevideo.

Los invasores avanzaron por la cuchilla muy lentamente acarreando un árbol con el que supuestamente pretenderían derribar la puerta principal de acceso, pero esa solamente era una maniobra de distracción. Por escalamiento un grupo de invasores logró penetrar el recinto amurallado cerca de donde hoy día se emplazan el Templo Inglés y la Compañía del Gas. Los defensores advirtieron el ardid muy tarde, y comenzó intramuros la lucha cuerpo a cuerpo.

Desde las azoteas las mujeres apoyaban a sus hombres arrojando piedras a los soldados invasores así como tachos de agua casi hirviente, con lo cual pretendían dificultar el avance e incomodar, para así facilitar la labor de los defensores. Pronto comenzaron a verse cuerpos tirados y grandes manchas de sangre.

De repente, en una pequeña plazoleta, un grupito de soldados se abalanzó con mucha audacia…


– Lamento interrumpir este docto y novelado ensayo histórico sobre las Invasiones Inglesas, –dijo Thomas a su amigo– pero hay movimiento en la Terminal. Pareciera que finalmente algunos ómnibus van a salir, y después de las cuatro horas de plantón que hemos sufrido, no desearía que por distracción perdiéramos nuestro transporte. Claude, hermano mío, tú que eres más joven y ágil que nosotros, ve junto a esos autobuses a comprobar si por azar uno de ellos es el nuestro.

Efectivamente, la protesta de los empleados de la Compañía ONDA había tocado fin, y los ómnibus de varias empresas se preparaban para salir. Pues claro, por solidaridad sindical, cuando algún problema se planteaba en una de las empresas, todos los trabajadores del ramo iban a la huelga.

Pronto Thomas, Claude, y Juan Carlos, se ubicaron en el transporte que le habían asignado, pero allí solamente disponían de dos asientos, así que deberían rotar los descansos. Muchos pasajeros no habían conseguido lugar para viajar sentados, así que harían todo el viaje de pie en el pasillo. El transporte se puso en movimiento, pasó frente al majestuoso Hotel Argentino, y pronto abandonó la costa de Piriápolis en dirección a Playa Hermosa.

Ese camino lo habían hecho muchas veces los tres amigos, pues con regularidad ellos pasaban sus vacaciones de verano en el balneario fundado en el siglo XIX por el empresario Francisco Piria. Y como los paisajes por esa zona eran realmente hermosos, en esas ocasiones los tres iban atentos al camino y a lo que se veía desde la ventanitas. Pero bueno, esta vez era distinto, pues el colectivo iba sobrecargado, había falta de aire por todas las personas paradas en el pasillo, y además los tres estaban muy cansados y algo soñolientos.

Thomas preguntó a Juan Carlos: ««En quince días terminamos nuestros exámenes en Montevideo. ¿Qué hacemos? ¿Volvemos al balneario para seguir disfrutando de la playa, de las caminatas por el balneario, y de los escalamientos a los cerros “Pan de Azúcar” y “Toro” que tanto nos divierten.»»

– Pues claro, –contestó Juan Carlos– pero tratemos de entusiasmar a algún amigo nuestro que tenga automóvil y que quiera acompañarnos. Los problemas en la Compañía ONDA van a continuar, y no deseo tener que viajar de nuevo en estas horrorosas condiciones. ¿No vieron que los transportes de ONDA están con los asientos descuidados y rotos, y con las carrocerías en parte aboyadas, mientras que la Compañía COT acaba de renovar su flota casi por entero? Aquí hay algún problema de mala administración que probablemente es bastante grave, y si encima los empleados plantean reclamos y no ponen el hombro, lo que va a pasar es que en poco tiempo esa empresa va a dar quiebra, a pesar de por mucho tiempo haber sido la compañía de transporte más grande y con mejor servicio. Por mi parte de ahora en más trataré de no realizar más viajes en autobuses de ONDA, y me haré fiel de la Compañía COT. De esta manera y si mi ejemplo se multiplica, el debacle en la otrora empresa insignia se apresurará y dará quiebra en forma más rápida, y así dentro de uno o dos años podremos viajar a los balnearios del Departamento de Maldonado en condiciones más cómodas y más seguras y más agradables. Lamento mucho por todos los empleados que perderán sus puestos de trabajo, pero bueno, si las ineficiencias no se corrigen a tiempo, son los usuarios que terminan pagando los platos rotos vía aumento de tarifas, y eso por cierto no creo que sea de interés para quienes utilizamos esta vía de transporte.

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